sábado, julio 29, 2006



Pálida piel descascarándose...
Gotea como gota pesada que golpea mi frente
al suicidarse cuando llora el cielo.
Pocos son tus huesos,
exageradamente iluminado tu cuerpo, sin embargo,
provees rincones obscuros donde escondes sonidos nocturnos.
Figuras se mueven cuidadosamente.
giran sus desproporcionados ojos,
enfocando desesperadamente donde logran descubrir movimiento.
Rebotan contra tus paredes
ruidos de máquinas y silenciosos ruidos humanos.
Te escucho respirar con una fuerza agotada,
te quejas de mi, tratas de cegarme y zurcir mis labios.
Te cansas y vuelves a dormir.
Cubo triste, casi plomo y vacío.
Decido bostezar para romper el silencio.
Estiro pellejo y hueso para mantener despierta la materia.
Se levantó uno de ellos, tomó el objeto y volvió a sentarse.
Otro hace ruido. Se marchó.
Sonó una campana.
Ojos enormes buscaron el origen;
están enrojecidos, parecen llorar,
reflejan el rostro de una máquina de cuerpo gris.
Se retuercen los huesos negros, están ahí...
Miles de ellos frente a un cuadro.
Sin expresión.
Sin rostro.
Acumulando polvo.
Destrozándose al tiempo pasar...
Mano ensangrentada,
giras escondida detrás del cuerpo plástico...
Te burlas de mi.
Caminas aún más lento.
Te encanta torturarme...
Quisiera romper tu brazo, quebrar tus dedos,
que dejaras de existir...
Mas se arrastran risas
sobre los pisos invisibles del pesado aire
como cuerpos que caen sobre madera hueca.
Distorsionan la tranquilidad.
Te vuelvo a ver y maldigo el tiempo.
Quisiera estar en el olvido.
En alguno de aquellos cuartos donde no te olvido,
y seguiré pensando...
Tratar...
Olvidando...
Risa provoca tan gran fracaso.
Supongo ya estaré dormido,
sintiendo la humedad y el calor de la piel de aquel recuerdo,
aquella memoria, que nunca olvido.
Y seguiré buscando razones
para dejar de decorar la blanca hoja que se ha cansado de ver mi rostro

miércoles, julio 12, 2006

Adiós...




Cae una lluvia cerrada, el cielo nublado dicta el fin del sol, los charcos dibujan pequeños ríos entre los pasadisos. Rayos y relámpagos alumbran el cielo nocturnal. Alguien camina entre las calles, chapoteando en los charcos; es una pequeña niña, viste harapos, está hambrienta y sólo puede caminar pues, no tiene a donde ir.
Las calles se hacen sombrías, la lluvia no para, la niña camina hacia un edificio y entra.
Silencio en el interior. Al final del pasillo, una escalera de madera asciende a la segunda planta. La niña sube las escaleras. El rechinido de las tablas de madera es desaparece por la tormenta del exterior, una vez hubo subido se vislumbra una puerta; la niña entra y se dirige a un piano. se sienta en el banquillo del piano y comienza a tocar. El sonido de la lluvia se mezcla con las bellas notas del piano.
Una figura sale de las sombras, como si fuese llamada por el sonido del piano, se sienta en un sillón, recarga su cabeza en el respaldo, escucha la música. Las gotas que caen al piso... crean un ambiente de humedad. Sólo la música se escuchaba en el lugar.
La niña deja de tocar, la figura se levanta y camina a la ventana. Afuera la lluvia azotaba sin más. La niña se pone de pie y camina, se posa frente la figura. Un golpe seco, todo termina. La figura sale con la niña en brazos, no más melodías.
Una lápida nueva se eleva en el cementerio, la inocencia descansa en esa tumba. La figura, sigue ahí, inerte, ronda como las sombras.